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sábado, 14 de marzo de 2009

cuento diez y siete

Domingo 17, fecha que no olvidaré. Debe haber marcado las 14:30 horas el reloj de la cocina. Estábamos almorzando cada uno ensimismado con sus pensamientos.

Angélica cuchareando los porotos con mazamorra. El gesto de desaprobación, lo percibí, eran dardo que llegaba directo al corazón. Mi hija con 18 años en segundo año en medicina, odiosa y prepotente, ya nos hacía sentir su título profesional. El carácter de la línea paterna, era muy parecía a la abuela Eulalia.

Pablo, el guatón con sus 12 años, crítico con su padre, siempre cuestionando constantemente las opiniones del doctor, como nos exigía que lo llamáramos.

El padre siempre desconfiando del guatón. Decía a quien lo quisiera escuchar, que no tenía sus genes, siempre seria un fracasado, lo repetía con insistencia a cada instante, sobre todo en la hora del almuerzo y justo al inicio.

El sabía que era al que mas protegía, muchas veces tuve que esconder notas y comunicaciones del colegio para que no lo maltratara.

José, el papá de mis hijos, campesino de origen, estudio con el apoyo del cura, este estaba a cargo de la parroquia del fundo. El patrón, contaba José, siempre le dedico un afecto especial. Lo apoyo hasta que terminó sus estudios de medicina en la Universidad de Concepción.

Lo conocí cuando yo era mechona. Me dedico su protección, expresándome que para una santiaguina era muy complicado el beneplácito del grupo. Eran desdeñadas por la fama. Nunca me explico a que se refería con la “fama”.

Nos dedicamos mucho tiempo, en los primeros momentos Al poco andar de nuestra relación quede embaraza. Este tema, me desequilibro.

Mi madre me castigo con su indiferencia. Tuve que tomar una decisión, creo que mi hija esta resentida por este hecho. Nunca lo hemos conversado. Secreto de familia.

El desajuste de su personalidad, debe ser consecuencia de esto, porque supuso que no fue deseada.

Allí estábamos como en los últimos años, los cuatros reunidos en el ritual dominguero de las familias chilenas. La mesa se le estaba soltando sus patas, y la cubierta tenía intención de formar una posición oblicua. Cavilaba que en cualquier momento se nos caerían los platos.

Estaba introvertida en mi imaginería. Cuando siento la onda acústica del doctor.

Grandilocuente.

Expresaba molestia. No entendía que pasaba. Se para y me vocifera con voz alterada. hijita de apá, te crees de mucha alcurnia. No tienes ninguna habilidad, eres una tarada. Una guena para nada, con razón mi hijo salió un fracasado, son tus genes.

Mujer inútil.

Trate de no contestar, nuevamente insultadome, humillando mi ser al nivel de lo más ruin. Siempre los domingos. Sentí el dolor en mi estómago, la úlcera. Uno de estos día va a reventar.

Tomo mi plato y corro hacia la cocina. Dejo el plato sobre el mesón. Me devuelvo al comedor a buscar los otros platos. Nuevamente me arranco, voy a esconderme en lavar la loza.

Tomo los platos de mis hijos, observo al doctor, enrojecido. Salían de sus ojos llamaradas. El pelo tieso que nunca pudo domesticar ni con el gen que se colocaba dos veces al día. La mechas como púas hacia el cielo.

Vieja de mierda, inútil.

No eres como mi santa madre.

Ella ocupaba todo el día en cuidar a mi padre, y alimentar a su hijos, nunca vimos en la casa una pizca de mugre.

Esta casa parece un chiquero.

Sentía que mi cuerpo se desencajaba.

Mis brazos de tensaron. Inconscientemente busque alejarme.

Trato de darme vuelta.

Siento su mano en mi hombro, me empuja con violencia, trastabillo. Me afirmo sobre mis dos piernas, allí estaban como dos columnas inquebrantables.

Lo miro. Sentí que por mis venas corrían 17 años de irritación de permitir que me injuriara. Mi brazo derecho se tersa. Mi mano se prolonga. Dirijo la mirada a su pecho, intuyo directo al corazón.

Descargo con fuerza almacenada de mi ante brazo mandada por mi mano.

Percibo el rictus de su fisonomía de estupefacción. Por su embocadura un hilacho de sangre, le atiendo una voz casi imperceptible. Comunicando atisbo de vocal.

Fue perdiendo firmeza.

Lo vi desmoronar. Justo en el pecho en pleno corazón el cuchillo cocinero.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Poema nueve

El homo al desraizar hace camino

cada zancada deja marcadas sus huellas

su cuerpo abre cavernas oscuras

desde sus extremidades caen

gotas de mar azuladas

son las que riegan las espigas

el meteorito rompe el silencio

y abre las montañas

y caen las semillas sobre el páramo

el viento esparce la flor del copihue.

Ella entrega el arcoiris a la senda

es la luz del sendero que guía

da sentido y pertenencia a la travesía

y viajeros que rompen los vientos

acompañan al que hace jeroglífico

Osos pardos, coyotes y hormigas

construyendo vereda hacia el norte

en buscan de la molécula cristalina

y de la fogata de los viejos de la tribu

Ellos en caterva descansan entre los senos

y en la garganta de la madre tierra

desde sus entrañas nace

alimento que provee el amamantar

desde sus montañas emerge el calor

que cobija a los hijos de la especie.

observa y divisa el infinito

invita al sonido y

comprende a la estrella

En la abulia y en la quimera

fue pincelando los nombres

rasgueando la existencia

De la rosa, al caimán

el volcán y de Isis

Designó con la vocal

A la paz y la economía

Aprendió a decir mío

Se adueño del aire

Canalizo el agua

fortifico el espacio

amarro el tiempo

Fabrico el yo-yo

Juego que despersonalizo

Al homo sapiens

Viajo al infinito

Conoció la sima

y beso a la luna

Se vistió de escama

Aprendió a sonrojarse

y expulsar lágrimas

evolucionó hacia a la persona

Pero todavía esta en extásis

Con su embarcación a la deriva

No puede decir amor.